17 ago 2013

Manuel Acién, autor de una nueva visión de Al-Ándalus


El 5 de agosto sentimos la inconmensurable tristeza del poeta ante la pérdida de un amigo querido: se nos fue Manuel Acién. Su muerte inopinada y lejana dejó en quienes le conocimos y aprendimos con él, el vacío insustituible de su magisterio y su bonhomía, pero su prematura ausencia supone también una pérdida inconmensurable para el conocimiento y la investigación histórica de Al-Andalus.

El profesor Manuel Acién nació en Almería en 1950, pero se vinculó tempranamente a la Universidad de Málaga como medievalista, junto con su compañera vital, la también profesora y arabista María Antonia Martínez. En la universidad de Málaga desarrolló una fecunda y discreta —como él mismo— carrera académica e investigadora. De su dimensión docente dan idea los entrañables mensajes que sus alumnos han vertido estos días en las redes sociales, con los que se despiden del “excelente profesor” y del recordado “campesino de la historia, ingeniero del pensamiento histórico, maestro de arqueólogos”.

Decía Pierre Bourdieu al pensar sobre El oficio del científico, que un sabio es un campo científico hecho hombre. Pues bien, Manuel Acién fue un sabio en el sentido pleno de la palabra. La pluralidad de su formación —historiador, arqueólogo y arabista— le permitió aunar en una única y compleja perspectiva histórica herramientas y disciplinas que hasta entonces discurrían por sendas académicas trilladas y autistas, para comprender y explicar ese periodo histórico de más de ocho siglos en el que existió Al-Andalus. Manuel Acién no fue el primer arqueólogo medievalista español, pero sí fue el primero que supo ver el potencial histórico de la arqueología y situarla en el vórtice de la reflexión histórica sobre Al-Andalus. Fue, en este sentido, el alma de una joven arqueología medieval, fundamentalmente islámica, que irrumpió con fuerza en el panorama académico español de finales de los años ochenta.

Supo ver y plantear los principales problemas históricos de Al-Andalus, desde su formación hasta su derrota. Pero quizá su máxima aportación, no suficientemente reconocida, sea su caracterización teórica de la Formación Social Islámica, a través de la hegemonía de lo privado y la preeminencia de lo urbano, en una reflexión conceptual que junto con los trabajos del hispanista francés Pierre Guichard marca un hito en el conocimiento histórico del Islam medieval. Esta perspectiva es crucial para comprender la compleja historia común de ambas orillas del Mediterráneo.

Desde su personal compromiso social con la historia y el patrimonio, no rehuyó nunca la discusión, y el enfrentamiento cuando tocaba: con las Administraciones responsables de la gestión del patrimonio, participando en la Comisión Andaluza de Arqueología y formando parte de la Comisión Técnica de Madinat al-Zahra. Él fue uno de los inspiradores del proyecto museográfico y científico que visibilizó esta ciudad califal, luchando contra las presiones monetaristas que amenazan el patrimonio. Nos enseñó el sentido y el valor de hacer verdadera ciencia histórica, un mensaje que no deberíamos olvidar.

Sin embargo, es su calidad humana la que define la inmensidad de su legado científico. Manuel Acién fue profesor por elección y maestro a su pesar. Nunca buscó reconocimientos ni liderazgos científicos. Decía también Bourdieu que el peso simbólico de un científico deriva del valor distintivo y la originalidad que sus colegas le reconocen. Acién es un referente y quienes de alguna manera nos reivindicamos como sus discípulos, lo hacemos por haber asumido libremente una relación de magisterio que el nunca persiguió, y que en la mayoría de los casos devino en una sincera amistad. El verdadero magisterio es aquel que otorgan los discípulos al margen de intereses académicos. Desde esta libertad intelectual, científica y humana, el medievalismo y la arqueología de Al-Andalus reconocen y no olvidan el magisterio de Manuel Acién.

Sonia Gutiérrez Lloret es catedrática de Arqueología de la Universidad de Alicante.

Extraído de la sección de Cultura de "El País", 16 de agosto de 2.013. Para ver la fuente original pincha aquí:

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